miércoles, 24 de septiembre de 2014

Capitulo 116 - FINAL

Paula pasó el fin de semana con
Gonzalo. O, mejor dicho, él lo pasó con
ella. Fabricio iba y venía, trayéndoles
comida y por norma general
preocupándose por tonterías. Los dos
hombres trajeron películas y se
quedaron tumbados en el sofá viendo
la tele hasta que se
quedaba dormida por culpa de la
fiebre.

El lunes por la mañana, ya se sentía
mejor, pero no lo bastante como
para volver al trabajo. Así que llamó
a Louise y Greg para hacerles saber
que no iría.

Gonza y Fabri se dirigieron hacia la
oficina, pero le dijeron que volverían
porque tenían algo especial planeado
para la noche.

Durante todo su gripazo, no había
escuchado ni una sola palabra de
Pedro. Ni había recibido flores ni
regalos. Solo silencio. La ponía de los
nervios y hacía que se cuestionara
cada decisión que tomaba con
respecto a él.

No tenía corazón para
decirle a Gonzalo que no estaba para lo
que sea que tuvieran planeado él y
Fabricio. Ambos habían sido muy buenos
con ella durante todo el fin de
semana, la habían mimado a más no
poder y habían intentado todo lo
posible por animarla.
Sea lo que fuere que tuvieran
planeado, ella estaría preparada y lo
recibiría con una sonrisa en la cara.
Gonzalo le había dicho que se vistiera
con ropa de abrigo, así que se podía
imaginar que el sitio a donde iban era
al aire libre.

Gracias a dios que ya no tenía fiebre,
o si no el mero pensamiento de salir
a la calle, al frío, la hubiera puesto
de los nervios.
Se duchó por la tarde e intentó con
todas sus fuerzas hacer algo decente
con su pelo y su maquillaje para no
parecer resacosa o que un camión le
hubiera pasado por encima. Pero
incluso el maquillaje tenía sus
limitaciones…

A las seis, Gonza y Fabricio llegaron con
ojos traviesos. Ella soltó un quejido
para sus adentros porque obviamente
lo que tenían planeado no era nada
bueno, y, teniendo en cuenta que iba
a estar involucrada, seguro que sería
víctima de lo que sea que tuvieran
entre manos.

Gonzalo tenía chófer esta noche, un
hecho extraño, ya que él tendía a
conducir su coche por la ciudad
cuando se trataba solo de ellos. Aun
así, la metieron en el coche tras
asegurarse de que se había tomado
los medicamentos por si acaso la
fiebre le volvía a subir.

—¿Adónde vamos? —preguntó con
exasperación.

—Eso solo lo sabemos nosotros, y
pronto lo averiguarás —le dijo
con suficiencia.

Tanto él como Fabricio parecían niños en
Navidad; los ojos les brillaban de
felicidad de una forma excesiva.
Paula se relajó en el asiento y se
dijo a sí misma que disfrutaría fuera
lo que fuese aunque el corazón aún le
doliera por ese vacío que sentía.

Pedro había desaparecido tras esa
noche del viernes cuando se quedó
con ella en el apartamento. No había
oído nada de él, ni una palabra.

¿Se
habría rendido?

Cuando se pararon frente a Saks en la
Quinta Avenida, junto al Rockefeller
Center, Paula ahogó un grito de
alegría al ver el árbol tan gigantesco
que se alzaba por encima de la pista
de patinaje. Era muy bonito, y la
hacía ponerse nostálgica por los
recuerdos que tenía de Gonzalo
trayéndola aquí cuando ella era una
niña. Nunca se habían perdido, ni
una sola vez, la primera iluminación
del árbol. Hasta este año, de hecho.

—Oh, Gonza —susurró mientras se
bajaba del coche—. Tan bonito como
siempre.

Este le sonrió con indulgencia, y
luego tanto él como Fabricio se pusieron
cada uno a un lado de ella y la
guiaron hasta la multitud que había
reunida alrededor del árbol.

Este se alzaba sobre ellos brillando
con miles y miles de lucecitas de
colores. La música navideña llenaba el
ambiente, y luego empezó a oír una
melodía cuando un hombre comenzó
a cantar The Christmas Song.

—¿Hay un concierto? —preguntó
Paula con emoción y girándose
hacia Gonzalo.

Él sonrió y asintió y luego la instó a
irse a las filas de delante.
Sorprendentemente, nadie protestó al
intentar abrirse paso entre los demás,
y, de hecho, un grupo de personas
hasta les hizo un hueco justo en
primera fila donde se encontraba la
barandilla que daba al escenario.

—¡Oh, es perfecto! —exclamó Paula.

Fabricio y Gonzalo se rieron entre dientes,
pero luego ella fijó su atención en el
cantante que estaba interpretando los
villancicos navideños.

Le traía muchísimos buenos
recuerdos. Pau
alargó la mano para coger la de Gonza
y le dio un apretón; el corazón latía
de amor por su hermano. Él había
sido su punto de apoyo durante
mucho tiempo, y aún lo seguía
siendo. Nunca habría sobrevivido a la
ruptura con Pedro si no hubiera sido
tanto por él como por Fabri.

—Gracias —le susurró cerca del oído
—. Te quiero.

Gonza sonrió.
—Yo también te quiero, peque.
Quiero que esta noche sea especial
para ti.

Durante un breve instante, Paula
pudo ver tristeza en sus ojos, pero,
antes de que pudiera preguntarle
sobre esas palabras tan crípticas, la
canción terminó y el cantante
comenzó a dirigirse a la
muchedumbre. Le llevó un momento
antes de darse cuenta de que había
dicho su nombre.

Ella parpadeó por la sorpresa y luego
un foco de luz la buscó y la iluminó
entre la multitud. Miró a su hermano con
desconcierto, pero este retrocedió
junto con Fabricio y la dejaron sola bajo
el foco de luz, que parecía no
moverse.

—Una muy feliz Navidad y
estupendas felices fiestas para la
señorita Paula Chaves—dijo
el hombre—. Pedro Alfonso quiere que
sepas lo mucho que te quiere y desea
que pases estas Navidades con él.
Pero no hagas caso de mis palabras,
aquí está él mismo para decírtelo en
persona.

La boca se le quedó abierta cuando
vio aparecer a Pedro al fondo, tras
las vallas y junto a las escaleras que
daban al escenario donde el hombre
había estado actuando. Su mirada
estaba fija en la de ella, y tenía entre
las manos una cajita envuelta en
papel de regalo y con un enorme lazo
en la parte superior.

La multitud a su alrededor aplaudió
cuando Pedro se acercó a ella y luego
se arrodilló con la cajita aún en la
mano.

—Feliz Navidad, Pau—le dijo
con voz ronca—. Siento haber sido
tan imbécil. Nunca debería haber
dejado que te alejaras de mí. Tienes
razón. Te mereces a alguien que
siempre luche por ti y yo quiero ser
ese hombre si quisieras darme otra
oportunidad.

Paula no tenía ni idea de qué
decir, o cómo responder. Las
lágrimas se le habían amontonado en
los ojos y amenazaban con caer por
sus mejillas.

—Te amo —le confesó con intensidad
—. Te amo tanto que me duele
cuando no estoy contigo. No quiero
estar alejado de ti nunca más. Te
quiero en mi vida para siempre.
¿Entiendes eso, cariño? Quiero que te
cases conmigo. Quiero estar contigo
para siempre.
Él le tendió la cajita y ella la cogió
con dedos temblorosos. Los pasó
erráticamente por encima del lazo
mientras intentaba abrir la tapa.

Dentro había una cajita aterciopelada
de una joyería, que casi se le cayó al
suelo mientras la sacaba.
Entonces los flashes a su alrededor
comenzaron a dispararse y la gente
con teléfonos móviles empezó a
grabar el momento. Hubo gritos de
ánimo y de júbilo, pero ella lo ignoró
todo y se centró únicamente en el
hombre que tenía enfrente. Nada más
importaba.

Abrió la caja y vio un precioso anillo
de diamantes. Brillaba bajo la luz,
pero no lo pudo admirar bien debido
a las lágrimas que le estaban
nublando la visión. Entonces bajó la
mirada hasta el hombre que se
encontraba de rodillas frente a ella y
que la miraba con ojos suplicantes.

Dios, se estaba arrastrando y,
efectivamente, viniendo de rodillas.
—Oh, Pedro.

Ella se arrodilló frente a él para
poder estar a la misma altura de sus
ojos y le rodeó los hombros con los
brazos, aún con la caja y el anillo en
la mano.
—Te amo —dijo en voz baja—. Te
amo muchísimo. No puedo estar sin
ti.

Él la agarró por los hombros y la
separó de él con ojos llenos de amor
y posesividad. Luego se metió la
mano dentro del abrigo y sacó un
documento grueso. Oh, Dios. Era su
contrato.

Y entonces, lenta y metódicamente,
lo rompió en dos sin dejar de mirarla
a los ojos.
—De ahora en adelante nuestra
relación no tiene reglas —declaró con
voz ronca—. Serán solo las que tú y
yo decidamos. Las que queramos que
sean. Sin restricciones de ningún
tipo, excepto amor. La única firma
que quiero de ti es la del certificado
de matrimonio.

Pedro cogió la caja de su mano y sacó
el anillo de diamantes. Entonces le
levantó la mano izquierda y se lo
puso en el tercer dedo.

La muchedumbre explotó en vítores a
su alrededor. Finalmente, Pedro la
estrechó entre sus brazos y la besó
con fuerza. Paula se aferró a él
con el mismo ímpetu, absorbiendo el
momento y grabándoselo bien en la
memoria. Era uno de esos instantes
que no se le olvidaría nunca en la
vida.

Cuando ambos fueran viejos y
tuvieran canas, Paula recordaría
esta noche y la reviviría una y otra
vez. Una historia para contar a sus
hijos e hijas.

Entonces cayó en la cuenta de que no
tenía ni idea de si él quería tener
hijos siquiera.
—Quiero tener hijos —le soltó ella de
repente.

Cuando se dio cuenta de lo alta que
le había salido la voz, se ruborizó
descontroladamente. Escuchó a
alguien reírse a su alrededor y luego
una voz decir:
—¡Dáselos, hombre!

Pedro sonrió; la expresión de su
rostro denotaba tanta ternura que le
derritió el corazón y le llegó tanto al
alma que no sentía siquiera el frío.
—Yo también quiero hijos —contestó
con voz ronca—. Niñas tan preciosas
como tú.

Ella sonrió tanto que pensó que los
labios seguramente se le iban a
partir.
—Te amo, Paula—le dijo, ahora
con la voz áspera y llena de
inseguridad. Se le veía muy
vulnerable ahí de rodillas frente a ella
—. Te voy a amar siempre. Espero ser
lo bastante bueno para ti. He hecho
las cosas muy mal desde que entraste
en mi vida, pero te juro que me voy a
pasar el resto de mis días
compensándote por ello. Nadie te va
a querer más que yo.

Las lágrimas le cayeron por las
mejillas mientras le devolvía la
mirada a ese hombre que
humildemente se había sincerado
delante de ella y de media Nueva
York.

—Yo también te amo, Pedro. Siempre
lo he hecho —le contestó con
suavidad—. Te he estado esperando
toda mi vida.

Pedro lentamente se puso de pie y
luego le tendió la mano para ayudarla
a ella también. A continuación, la
estrechó entre sus brazos y la abrazó
con fuerza mientras la música
comenzaba a sonar a su alrededor.

—Yo he esperado tanto como tú,
Pau. Quizá no sabía lo que me
estaba perdiendo, pero eras tú.
Siempre has sido tú.

Entonces se giró junto a ella para
encarar a Gonzalo y Fabricio. Paula
se había olvidado de ellos por
completo, aunque luego cayó en la
cuenta de que también estaban
metidos en todo ese lío. Y de lo
mucho que eso significaba.

La alegría se instaló en su corazón, y,
sin poder evitarlo, se lanzó hacia
Gonzalo y casi lo tiró al suelo de la
fuerza con la que lo abrazó.
—Gracias —le susurró al oído—.
Gracias por entenderlo y por
aceptarlo. No sabes lo mucho
que significa para mí.

Él le devolvió el abrazo; la emoción
también estaba patente en su propia
voz.
—Te quiero, peque, y yo solo quiero
que seas feliz. Pedro me ha
convencido de que él es la persona
idónea para lograrlo. Un hermano
mayor no puede pedir más.

Paula se giró y se lanzó a los
brazos de Fabricio para darle un beso en
la mejilla.
—A ti también te quiero, tontorrón. Y
gracias por ayudarme estas últimas
semanas.

Fabri sonrió de oreja a oreja y la besó
en la mejilla también antes de
devolvérsela a Pedro. Luego la
despeinó con cariño.
—Por ti, lo que sea, pequeñaja. Solo
queremos que seas feliz. Y bueno, yo
quiero ser el padrino del bebé.

Gonzalo gruñó.
—Oh, no. Imposible. Ese soy yo, para
eso soy el tío.

Paula puso los ojos en blanco y
se pegó a Pedro mientras Fabri y Gonza empezaban a discutir.

Pedro se
rio entre dientes y luego afianzó el
brazo que tenía colocado alrededor
de su cintura. Le sonrió lleno de
alegría; el amor se veía tan
claramente en sus ojos que estos
brillaban incluso más que la estrella
que había en la copa del árbol de
Navidad del Rockefeller Center.

—¿Qué me dices si nos vamos a casa
y nos ponemos manos a la obra para
darles un bebé por el que pelearse de
verdad?

Paula le sonrió y le lanzó una mirada traviesa y llena de complicidad.

FIN

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GRACIAS GRACIAS ! gracias por el aguante y sus bellos comentarios!
Espero que les haiga gustado esta historia! les aviso que no tiene epilogo!
COMENTEN SI LES GUSTO!

SI QUIEREN RECIBIR LA PROXIMA HISTORIA QUE VOY A ADAPTAR ME AVISAN!
GRACIIIAS! BESOOOS A TODOOOS!
SOY @LETIPAULITER

Capitulo 115

A la mañana siguiente, cuando Paula se despertó, la cama estaba vacía,
y ella se preguntó si la noche anterior
había sido algún sueño extraño que le
había provocado la fiebre. A lo mejor
se lo había imaginado todo. Pero
cuando se giró para ponerse de
costado y apoyar la mejilla en la
almohada sobre la que Pedro había
dormido, vio una nota que sobresalía
del colchón justo frente a la
almohada.

TÓMATE LAS MEDICINAS. GONZALO
VENDRÁ PARA VER CÓMO ESTÁS UN
POCO MÁS TARDE. DESCANSA EL FIN
DE SEMANA Y QUE TE MEJORES. CON
AMOR, PEDRO

Junto a la nota había varias pastillas
de ibuprofeno, y, encima de la mesita
de noche, el jarabe antigripal ya
estaba preparado en el dosificador.
Ella se sentó y frunció el ceño. Nunca
se hubiera imaginado que se fuera a
ir. Había sido tan… persistente.

Un escalofrío la sacudió y
alargó la mano para coger los
medicamentos. Enseguida se los tomó
junto al agua que le había dejado.

Luego se echó hacia atrás y se
acomodó sobre la almohada que
Pedro había usado.
Cerró los ojos. Aún podía olerlo. Aún
podía sentir su calor a su alrededor.
Dios, cómo lo echaba de menos…

¿Merecía la pena que ambos lo
pasaran mal por culpa de su orgullo?

¿De verdad la amaba y quería otra
oportunidad?

Todo indicaba que sí, pero tenía
miedo de confiar en él. Tenía miedo
de regalarle otra vez su confianza, y
más cuando le había hecho tanto
daño al no haber luchado por ella
desde el principio.

Pedro llamó a Gonzalo por el telefonillo
del bloque donde vivía y esperó a
que su amigo respondiera. Un
momento más tarde,  respondió,
pero no le dio tiempo a que
dijera nada.

—Gonzalo, soy yo, Pedro. Tengo que
hablar contigo. Es sobre Paula.

Unos segundos más tarde,
subió en el ascensor hasta el
apartamento de Gonzalo, que era el
ático. Cuando salió del ascensor,
Gonza ya se encontraba ahí para
recibirlo con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

Pedro entró y no se molestó siquiera
en quitarse el abrigo. No se iba a
quedar mucho. Tenía que hacer
muchísimas cosas antes de que el fin
de semana terminara.

—Paula está enferma —le dijo
con brusquedad—. Me la encontré
ayer en la calle mientras regresaba
del trabajo a su casa. Estaba ardiendo
de fiebre y algún imbécil la empujó y
la tiró al suelo. No tenía siquiera
fuerzas para volver a su apartamento.

—¿Qué demonios le pasa? ¿Está bien?

Pedro levantó una mano.
—Me quedé con ella anoche. Se tomó
unos medicamentos y esta mañana
antes de irme se los volví a dejar
preparados. Le dejé una nota
diciéndole que irías más tarde para
ver cómo estaba.

Gonzalo arrugó más el entrecejo.
—¿Y no te quedaste con ella? Joder,
Pedro. Has estado persiguiéndola sin
parar, y, ahora que por fin consigues
una oportunidad donde no te está
dando largas, ¿vas y la dejas sola,
enferma, en su apartamento?

Pedro suspiró.
—La he presionado demasiado. Yo
soy parte de la razón por la que está
así de decaída y enferma. No quiero
hundirla más. Esa no es la forma en
que quiero que venga a mí o para
que estemos juntos. Tengo que darle
espacio y tiempo para que se mejore,
y quiero que tú muevas ese culo tuyo
hasta allí y cuides de ella este fin de
semana. Necesito que esté bien para
el lunes por la noche, porque
entonces es cuando voy a ponerme de
rodillas a lo grande.

Gonzalo alzó una ceja, sorprendido.
—¿Qué dices?

Pedro se pasó una mano por el pelo.
—Tengo que comprar un anillo este
fin de semana, y hacer otros tantos
arreglos. Tú lo único que tienes que
hacer es llevarla al Rockefeller Center
el lunes por la noche junto al árbol de
Navidad. No la fastidies, Gonza. No
me importa si la tienes que llevar en
brazos, pero asegúrate de que esté
allí.

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MAÑANA GRAN FINAL!
COMENTEN MUCHOO!

GRACIAS X TODO!

SOY @LETIPAULITER

Capitulo 114

A la mañana siguiente ya no podía
negar que estaba enferma de verdad.

Había ido andando al trabajo,
moviéndose casi como por inercia. Al
mediodía, tanto Louisa como Greg ya
la miraban con preocupación, y,
cuando Paula dejó caer al suelo
un bote entero de café, Louisa la
llamó desde la trastienda.
La cogió por el brazo y le puso la
mano en la frente.

—Dios mío, Pau, estás
ardiendo. ¿Por qué no has dicho
nada? No puedes trabajar así. Vete a
casa y acuéstate.

Paula no puso ningún tipo de
objeción. Gracias a Dios que era
viernes y no tenía que trabajar el fin
de semana. Pasarlo entero en la cama
sonaba casi como el paraíso, y así no
tendría que estar presente ni ver
lo que fuera que Pedro mandara ese
día. Se podría esconder tanto de él
como del mundo e intentar
solucionar este gran desastre.
Ya no podía más. Era un peso
gigantesco que tenía sobre los
hombros.

Tenía toda la intención de coger un
taxi para volver a casa ya que no
podría aguantar, en su estado, toda la
caminata hasta allí. Pero al mirar el
reloj, no pudo evitar soltar un
quejido. Coger un taxi a esta hora era
más bien imposible. Todos estaban de
descanso.

Suspirando con resignación, comenzó
a emprender el largo camino hasta su
casa, andando. El frío se le estaba
instalando en los huesos; temblaba,
los dientes le castañeteaban y la
visión se le había nublado.

Tardó casi el doble de lo que
normalmente tardaba en llegar, y,
cuando giró por la manzana y vio el
maldito cartel, suspiró de alivio
porque ya estaba cerca.

Alguien chocó con ella y le hizo
perder el equilibrio. Cuando volvió
casi a enderezarse, volvieron a
chocar contra ella desde el otro lado,
lo que provocó que cayera de rodillas
y que los ojos se le llenaran de
lágrimas. Ya no tenía siquiera fuerzas
para levantarse, y estaba tan cerca de
su apartamento…

Escondió el rostro entre las manos y
dejó que las lágrimas cayeran por sus
mejillas.

—¿Paula? ¿Qué demonios te
pasa? ¿Estás bien?

Pedro. Dios, era Pedro. Su brazo la
rodeó por la cintura y la instó a
ponerse en pie.
—Dios, nena. ¿Qué te pasa? —le
exigió—. ¿Por qué lloras? ¿Alguien te
ha hecho daño?

—Estoy enferma —consiguió articular
entre otra marea de lágrimas.
La cabeza le dolía, la garganta le
ardía, tenía tanto frío y estaba tan
cansada que no podía siquiera pensar
en dar otro paso más.

Pedro soltó una maldición y luego la
cogió en brazos para llevarla
rápidamente hasta su apartamento.
—No quiero escuchar ni una palabra,
¿lo entiendes? Estás enferma y
necesitas a alguien que cuide de ti.
Dios, Paula. ¿Qué hubiera pasado
si no hubiera estado ahí? ¿Y si te
hubieras desplomado en medio de la
maldita acera y nadie hubiera estado
ahí para ayudarte?

Ella no dijo nada, pero sí escondió el
rostro en su hombro e inhaló su olor.
La calidez de su cuerpo la invadió y le
mitigó todos los dolores. Dios, había
pasado tanto tiempo. No había
sentido calor desde que la había
abandonado. O ella lo había
abandonado a él. No importaba,
porque el resultado final era que
estaba sola.

La llevó hasta su apartamento y
luego hasta su habitación. Hurgó
entre sus cajones y sacó un pijama de
franela.

—Toma —le dijo—. Cámbiate y ponte
cómoda. Voy a prepararte una sopa
bien caliente y a darte algún
medicamento. Estás ardiendo de
fiebre.

Paula tuvo que hacer uso de
toda su fuerza para realizar la simple
tarea de desvestirse y luego ponerse
el pijama. Seguidamente se hundió en
un lateral de la cama, agotada y
queriendo solamente acurrucarse
bajo las mantas.

Un momento más tarde, Pedro volvió
e inmediatamente hizo justo eso, la
metió bajo las sábanas y la tapó hasta
la barbilla. Le dio un beso en la
frente y ella cerró los ojos,
saboreando ese pequeño contacto.
Pero no duró mucho. Le puso las
almohadas bien de manera que
pudiera sentarse para comer, y luego
desapareció de nuevo.

Cuando volvió esta vez, traía un tazón
de sopa y dos botes con
medicamentos. Tras dejar la sopa en
la mesita de noche, sacó unas
pastillas y luego le echó la dosis
correcta de la otra medicina en el
medidor.

Una vez que hubo conseguido que se
tragara el líquido y las pastillas, le
tendió el tazón y se lo puso entre las
manos.

—¿Desde cuándo has estado
enferma? —le preguntó Pedro, muy
serio.

Y entonces lo miró por primera vez.
Pero de verdad. Y se quedó
sorprendida al ver lo que vio. Pedro
estaba tan mal como ella; tenía unas
ojeras bastante notables bajo los ojos
y arrugas por toda la frente y la sien.
Se le veía… cansado. Exhausto.

Emocionalmente agotado.

¿Se lo había provocado ella?

—Desde ayer —contestó con voz
ronca—. No sé lo que me pasa. Estoy
muy cansada. Toda la semana, en
general, ha sido demasiado dura.

Su rostro se ensombreció y la culpa
se reflejó en sus ojos.
—Bébete la sopa. La medicina habrá
hecho efecto para entonces y luego
necesitas descansar.

—No te vayas —le susurró al mismo
tiempo que Pedro se levantaba de la
cama—. Por favor. Esta noche no. No
te vayas.

Él se giró. El arrepentimiento era
evidente en sus ojos.
—No te voy a dejar, Pau. Esta
vez no.

Después de terminarse la sopa, Pedro
le cogió el cuenco de las manos y
volvió a la cocina. Paula se tapó
con las mantas cuando un escalofrío
la atravesó. Incluso la sopa no había
podido hacerla entrar en calor.

—Descansa, Cariño —murmuró
Pedro—. Estaré aquí por si necesitas
algo. Yo solo quiero que te mejores.

Olvidándose de todo lo demás
excepto del hecho de que estaba otra
vez entre sus brazos, se pegó a él
tanto como pudo y luego se relajó
mientras dejaba que su calor le
llegara hasta las venas.

Para el gripazo que tenía, él era
mejor que cualquier remedio o
medicamento.

Con un suspiro, cerró los ojos y se
dejó llevar por la dulce tentación que
él le ofrecía.

Capitulo 113


Cuando volvió a casa caminando esa
noche, se encontró un gran ramo de
flores en la puerta. Suspirando, cogió
la tarjeta y leyó la nota garabateada
de Pedro.

LO SIENTO. POR FAVOR, DAME UNA
OPORTUNIDAD PARA EXPLICARME.
PEDRO.

Tuvo que reprimir las ganas infantiles
de tirar el ramo de flores a la basura.

Eran preciosas, y seguro que Caroline
y ella disfrutarían de ellas en el
apartamento. Solo tendría que fingir
que había sido otra persona la que se
las había regalado.

Las puso sobre el aparador y se
preguntó por qué Pedro siquiera se
esforzaba. ¿Por qué estaba haciendo
esto? Él había sido el que había dicho
que cortar por lo sano era mejor.
¿Por qué prolongarlo si no tenía
intención de hacer que la relación
fuera permanente? ¿Se pensaba que
quería volver a pasar por esto una
vez se cansara de ella?

Hablar con Gonzalo y Fabricio abiertamente
sobre Pedro y sus relaciones le había
abierto los ojos. Ella ya se había
imaginado, o tenía una muy buena
idea, cómo iba con ellas. Pero
durante sus vacaciones en el Caribe,
los dos se habían explayado y le
habían dado detalles que antes no
conocía.

Pedro siempre firmaba un contrato
con todas las mujeres con las que
estaba. Eso lo sabía. Lo que no sabía
era la frecuencia, ni lo cortas que
eran sus relaciones con él.
Y eso le había hecho darse cuenta de
que siempre había sido algo
temporal.

Estaba tumbada boca abajo en la
cama cuando Caroline entró en el
dormitorio.
—Eh, Pau. ¿De quién son esas
flores?

—De Pedro —murmuró.

Caroline se sentó en la cama con una
expresión en el rostro entre «no me
fastidies» e irritación.
—¿Por qué te manda flores, maldita
sea?

Paula se giró y se puso boca
arriba.
—Oh, y eso no es todo. Estuvo aquí
anoche. Y hoy se ha presentado en La
Pâtisserie.

—¿Qué narices…? ¿Por qué?

—No tengo ni idea —le dijo cansada
—. ¿Para volverme loca? Quién sabe.

Le cerré la puerta en la cara anoche.
Y hoy simplemente lo ignoré.

—Bien por ti —le dijo Caroline con
un tono de voz violento—. ¿Quieres
que le dé su merecido?

Paula se rio y luego se inclinó
para abrazar a su amiga.
—Te quiero, Caro. Me alegro mucho
de tenerte.

Caroline la achuchó igual.
—Para eso están las amigas. Y, oye, si
decides matarlo, ya sabes que te
ayudo a esconder el cuerpo.

Paula soltó una carcajada otra
vez; el corazón lo sentía más ligero
que un momento antes.

—Oye, ¿qué quieres comer esta
noche? Estaba pensando en pedir
algo, pero si quieres podemos salir al
pub de al lado y pasar el rato.

Caroline estudió a Pau
atentamente.
—¿Estás segura? No me importa
cocinar si te quieres quedar aquí.

Paula sacudió la cabeza.
—No, salgamos. No me puedo quedar
aquí y deprimirme para siempre por
culpa de Pedro.

Mientras se levantaba de la cama,
Caroline se calló por un momento y
luego la volvió a mirar
completamente seria.

—Quizá quiere recuperarte, Pau. ¿Lo has considerado? ¿No
deberías al menos escucharle?

Los labios de Paula se torcieron
con desdén.
—Le dije que, si quería volver a
recuperarme, tendría que arrastrarse
y venir de rodillas. Aún no está de
rodillas, pero es que no le voy a
poner las cosas nada fáciles.

Cuando llegó el fin de semana,
Paula no tenía ni idea de qué
hacer con Pedro. Iba a La Pâtisserie
todos los días a pedir café y un
cruasán y nunca volvía a la misma
hora, así que era imposible irse a la
trastienda para evitarlo.

Era una presencia constante que le
estaba crispando los nervios y
deshaciendo su resistencia.
Y si eso aún no era suficiente, la
bombardeaba constantemente con
flores y regalos. Ya fuera en el trabajo
o en casa.

Precisamente, el día anterior una
persona vino a hacer entrega de un
grandísimo centro de flores a La
Pâtisserie y la avergonzó delante de
todo el mundo al leer la nota que
traía en voz alta.

PERDÓNAME. NO PUEDO VIVIR SIN TI.
PEDRO

Hoy, otra persona le había hecho
entrega de una caja con un par de
guantes de una piel muy cálida y una
nota en la que se leía:

PARA QUE NO SE TE CONGELEN LAS
MANOS DE CAMINO A CASA. PEDRO

A Louisa y Greg pareció divertirlos —
menos mal que no se enfadaron—, y
ya se había convertido en una broma
entre los clientes regulares de La
Pâtisserie, que intentaban adivinar
qué sería lo siguiente.

El tiempo había mejorado, pero
seguía haciendo frío. El cielo estaba
azul, despejado y sin una nube a la
vista, y el viento soplaba en rachas.
La sensación era como si un cuchillo
la atravesara. Agradeció tener los
guantes mientras se abría camino
entre las calles de vuelta a su
apartamento. La noche estaba
cayendo sobre la ciudad, los días
eran cada vez más cortos.

Cuando giró la esquina para recorrer
la última manzana antes de llegar a su
piso, un cartel eléctrico en lo alto de
un hotel le llamó la atención.

¿Cómo
no?

En unas letras grandes, de neón, se
podía leer lo siguiente:

TE AMO, PAULA. VUELVE A CASA.
PEDRO

Los ojos se le llenaron de lágrimas.
¿Qué era lo que se suponía que tenía
que hacer? Él nunca le había dicho
que la amaba. ¿Estaba intentando
manipularla emocionalmente al airear
al mundo sus sentimientos? ¿Y al
ponerlo en esa pantalla, junto a su
apartamento, donde era imposible
que malinterpretara el mensaje?

«Vuelve a casa.» No a su
apartamento, si no a él.

La estaba volviendo loca. Él la estaba
volviendo loca. Y aun así, no había
intentado encararla directamente otra
vez. No desde la última vez cuando le
había dicho que la dejara en paz.
Pero seguía ahí. Delante de ella.
Siempre recordándole su presencia.

Esta faceta de Pedro la tenía
desconcertada. Era una faceta que
nunca le había dejado que viera, ni a
ella, ni a nadie.

Paula volvió a su apartamento,
exhausta y deprimida. Estaba
convencida de que se iba a poner
mala, pero no estaba segura de que
fuera un catarro de verdad o
meramente un producto de todas las
noches que había pasado en vela y
del desborde emocional tan grande
que tenía.

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Quedan los ultimos 3 capitulos!
Domingo EL FINAL!

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Capitulo 112

Paula se ciñó más el abrigo
mientras recorría la última manzana
que quedaba hasta llegar a su
apartamento. Había sido duro volver
al trabajo con todo ese frío tras
haber pasado los últimos días en una
playa del Caribe.

Gonzalo y Fabricio habían intentado con
todas sus fuerzas animarla y
asegurarse de que disfrutara del
viaje, y tenía que admitir que sí que
se lo había pasado muy bien. Ya había
transcurrido bastante tiempo desde
que ella y Gonza se hubieran ido de
vacaciones juntos, y con Fabri allí las
cosas habían sido divertidas y
alegres.
Eso no quería decir que no se
hubiera pasado otro tanto pensando
en Pedro, pero se las había arreglado
para disfrutar del viaje. Si alguien le
hubiera dicho que podía divertirse
estando tan reciente la ruptura entre
ella y Pedro, no se lo habría creído.

Aun así, ir a La Pâtisserie en vez de a
HCM esta mañana había sido duro.
Había sido como recibir una bofetada
en la cara y recordar otra vez la
traición de Pedro. A ella le gustaba su
trabajo con El. Sí, había sido un
trabajo sin valor con la sola función
de esconder su affaire, pero
conforme el tiempo había pasado,
había tomado más responsabilidades
y se había adueñado del trabajo.

Había demostrado que podía aceptar
un reto y superarlo con creces.
Ahora había vuelto a vender pasteles
y a servir tazas de café. Y aunque
antes nunca le había molestado,
ahora se sentía incómoda y quería
más. Más retos. Ya era hora de que
dejara de estar asustada y de que
saliera a la calle a labrarse un futuro.
Nadie lo iba a hacer por ella. Ya
estaba buscando ofertas de trabajo de
su profesión, trabajos que se
midieran con el nivel de su formación
y experiencia, aunque no es que
tuviera mucha.

Quizá debería hablar con Gonzalo No
para trabajar con él; ni mucho menos
iba a volver a HCM y tener que
enfrentarse a Pedro día sí y día
también. O, peor aún, a cualquier
mujer con la que la hubiera
reemplazado. Eso ya era pedirle
demasiado.

Pero sí que podría tener ideas o
incluso conocer a más gente con la
que pudiera ponerse en contacto.
Ellos tenían más de una docena de
hoteles solo en Estados Unidos, sin
mencionar los resorts de fuera del
país. Podría trabajar para cualquiera
de ellos y no tener que preocuparse
nunca por volver a ver a Pedro.

Eso requeriría mudarse. ¿Estaba lista
para eso?

Paula estaba acostumbrada a
vivir en Nueva York. A estar cerca de
Gonzalo. Pero no habría sobrevivido si
hubiera estado sola. Su hermano la había
apoyado económicamente. Le había
comprado el apartamento. ¿Acaso
había llegado a independizarse?
Quizá ya era hora de irse por su
cuenta y tomar las riendas de su
vida. Que lo consiguiera o no ya era
otro asunto, pero lo haría por sus
propios méritos.
Por muy satisfactoria que la idea
fuera en teoría, sí que la entristecía
abandonarlo todo. A Caroline. A
Gonzalo. A Fabricio. Su apartamento. Su
vida.

Mierda, no. No iba a dejar que Pedro
la echara de la ciudad. Encontraría
un trabajo mejor aquí, pasaría página
y se olvidaría de su cara.
Eso también sonaba muy bien
teóricamente, pero no iba a ninguna
parte en la realidad.

Cuando llegó al portal de su edificio,
vio en el reflejo de la puerta a Pedro
bajarse de un coche que estaba
aparcado cerca. Y estaba yendo hacia
ella.
Oh, no. Ni soñarlo.

Sin mirar atrás —por muy tentador
que fuera embeberse en él— se metió
en el portal y se dirigió al ascensor.
Mientras las puertas se abrían, se
subió y pulsó el botón de «cerrar».

Cuando levantó la mirada, vio a Pedro
pasar junto al portero, que estaba
protestando, y apresurarse para
llegar al ascensor. Su rostro estaba
lleno de determinación.

«Ciérrate, ciérrate, ciérrate», suplicó
en silencio.

Las puertas se empezaron a cerrar y
Pedro se lanzó hacia delante, pero
llegó tarde. Gracias a Dios. ¿Qué
narices estaba haciendo allí?
Se bajó del ascensor y abrió la puerta
de su apartamento. Dentro estaba
todo en silencio, así que dejó el bolso
junto a la puerta. Caroline no
volvería a casa hasta dentro de un
rato y luego se marcharía
seguramente al club Vibe a ver a
Brandon.

Pegó un bote cuando un golpe sonó
en la puerta. Luego suspiró. Había
visto la mirada en los ojos de Pedro y
sabía que no iba a irse porque le
hubiera dado largas en el ascensor.

¿Qué quería?

Paula se acercó a la puerta, le
quitó el seguro y la abrió de un
golpe; Pedro estaba allí en el pasillo.

El alivio se reflejó en sus ojos y este
comenzó a avanzar, pero ella lo
bloqueó con la puerta.
—¿Qué quieres? —le dijo con
brusquedad.

—Necesito hablar contigo, Paula
—le contestó.

Ella sacudió la cabeza.
—No tenemos nada de lo que hablar.

—Te equivocas, maldita sea. Déjame
entrar.

Paula sacó la cabeza por la
puerta para que él pudiera verla y
que supiera que iba completamente
en serio.

—Deja que me explique mejor,
entonces. Yo no tengo nada que
decirte a ti —le dijo en voz baja—.
Nada de nada. Ya dije todo lo que
tenía que decir en tu apartamento.
Fue tu decisión dejarme ir… qué digo,
me echaste de allí. Yo me merezco
algo mejor que eso, Pedro, y estoy
más que segura de que no me voy a
conformar con menos.

Ella cerró la puerta de un portazo y la
volvió a asegurar con el cerrojo.

Como no quería escuchar si volvía a
golpear la puerta, se fue hasta su
dormitorio y cerró la puerta. Estaba
cansada y lo único que quería era
darse un baño de agua caliente para
que le diera calor desde dentro.
Pero lo que temía era que nada
podría volver a aliviar ese frío que le
causaba la ausencia de Pedro. Nada
excepto él.

Al día siguiente, Paula le estaba
sirviendo a un cliente habitual su
café favorito cuando Pedro entró y se
sentó en la misma mesa que había
ocupado aquellas semanas atrás.

No
se lo podía creer. ¿Cómo se suponía
que iba a trabajar cuando él estaba
ahí invadiendo su espacio?

Ella tensó la mandíbula, se acercó a él
y lo miró fríamente.
—¿Qué estás haciendo aquí?

Él la miró de arriba abajo, y, al ver la
expresión de su rostro, suavizó la
suya en sus ojos. ¿Veía lo cansada
que estaba? ¿Lo deprimida que se
encontraba? ¿Tenía alguna señal de
neón en la frente que gritara a los
cuatro vientos lo infeliz que se sentía
sin él?

—Yo tampoco puedo dormir, Pau—le dijo con suavidad—. Cometí
un error. La fastidié. Dame una
oportunidad para poder hacer las
cosas bien.

Ella cerró los ojos y apretó los puños
a cada lado de su cuerpo.
—No me vengas con esto, Pedro. Por
favor. Tengo que mantener este
trabajo. Hasta que decida lo que
quiero hacer, tengo que trabajar, y
no puedo tenerte aquí,
distrayéndome.

Él alargó la mano para cogerle uno de
esos puños, y le aflojó los dedos.
Entonces se llevó la mano a los labios
y le dio un beso en la palma.

—Tú ya tienes un trabajo, Cariño.
Te está esperando. No se ha ido a
ninguna parte.

Ella se soltó como si le hubiera
quemado.
—Solo vete, Pedro. Por favor. No
puedo hacer esto. Vas a conseguir
que me despidan. Si quieres hacer las
cosas bien, entonces desaparece y no
vuelvas.

Paula se encontraba
peligrosamente cerca de venirse
abajo. Sus emociones eran muy
inestables. ¿Por qué no podía ser
fuerte? ¿Por qué tenía que dejarle ver
lo mal que estaba?

Se dio media vuelta y no le importó
que pudiera parecer grosera o borde
su forma de tratar a un cliente. Tenía
otros a los que atender.

Pero él siguió allí, observándola, con
la mirada fija en ella mientras atendía
a otra gente en la tienda. Los clientes
iban y venían y él seguía ahí,
sentado, hasta que ella se sintió
acechada. Acosada.

Al final se fue a la trastienda y le
pidió a Louisa un descanso. Ayudó a
Greg con los pedidos mientras Louisa
se encargaba de los clientes. Una
hora después, cuando se aventuró a
salir nuevamente, Pedro ya se había
ido.

Paula no sabía si se sentía
aliviada o decepcionada. Lo único
que sabía era que había un agujero
en su corazón que no tenía esperanza
alguna de volver a cerrar.

Capitulo 111

Salió al pasillo sabiendo que tendría
un aspecto horrible. No le importaba.
Se tenía que sacar esa espinita del
pecho.

Abrió la puerta de la oficina de Gonzalo
sin llamar siquiera. Este levantó la
mirada y de repente la expresión de
su cara se volvió glacial. Los ojos se
le endurecieron mientras se lo
quedaba mirando.

—Tenemos que hablar —dijo Pedro
con brusquedad.

—No tengo nada de lo que hablar
contigo —le soltó Gonzalo.

Pedro cerró la puerta a su espalda y
echó el pestillo.
—Pues es una pena, porque yo sí que
tengo mucho de lo que hablar
contigo.

Puso las palmas de las manos encima
de la mesa y se inclinó hacia
delante para nivelar la mirada con la
de su amigo.

—Estoy enamorado de Paula —le
dijo abruptamente.

La sorpresa se reflejó en los ojos de
Gonzalo, que se recostó en la silla y
miró a Pedro con mucha más
intensidad.

—Pues tienes una manera un poco
extraña de demostrarlo —le dijo con
disgusto.

—La cagué. Pero no la voy a dejar
escapar. Tú y yo necesitamos llegar a
un acuerdo porque no quiero que ella
sufra más de lo que ya lo hace
debido a esta situación. Quiero que
sea feliz y no puede serlo si estamos
lanzándonos el hacha de guerra cada
vez que nos vemos.

—No tuviste en mucha consideración
nuestra amistad cuando te metiste en
la cama con mi hermana —le dijo con frialdad—. Tú sabías que
me enfadaría. Maldita sea, te lo
advertí ese primer día, Pedro, y me
mentiste en las narices.

—Paula no quería que te
enteraras —continuó—. No
quería hacerte daño, y no quería que
te volvieras loco. Yo acepté solo
porque la deseaba y no me importaba
una mierda lo que tuviera que hacer
para tenerla.

—¿Qué es ella para ti, Pedro? ¿Un
entretenimiento? ¿Un reto porque es
intocable? Está a un nivel muy
diferente del tuyo, y tú lo sabes
perfectamente bien.

Pedro dio un golpe en la mesa con el
puño y miró muy seriamente a Gonzalo.

—Quiero casarme con ella, joder.

Gonzalo arqueó una ceja.
—Juraste que nunca más te volverías
a casar después de Lisa.

Pedro se retiró de la mesa, se dio la
vuelta y comenzó a pasearse en frente con una pose tensa.
—Dije un montón de cosas. Y ninguna
otra mujer jamás ha conseguido que
dude de mis decisiones. Pero Paula… ella es diferente. No puedo vivir
sin ella, Gonzalo. Con o sin tu
bendición, voy a ir tras ella. No
puedo ser feliz si no está a mi lado.
Nunca seré feliz si no está conmigo.
La quiero en mi vida. En cada maldito
día de mi vida. Quiero cuidar de ella
y asegurarme de que nunca se tenga
que preocupar por nada de lo que yo
le dé. Mierda, si hasta estoy pensando
en niños. Lo único en lo
que puedo pensar es en hijas que
sean igualitas a ella. Me la imagino
embarazada de mi hijo y es la
sensación más alucinante del mundo.
Todo lo que había jurado sobre mi
vida ella lo ha cambiado. Por ella. Ella
lo es todo. Nunca me he sentido así
con otra mujer. Y nunca lo haré.

—Bua —soltó Gonzalo en voz baja—.
Siéntate. Me estás poniendo de los
nervios al verte dar vueltas así por la
oficina.

Pedro se paró y luego, finalmente, se
sentó en la silla que había frente a la
mesa de Gonzalo. Aun así, pensaba que
se iba a volver loco de atar al estar
confinado en ese pequeño espacio. Él
no quería estar aquí. Quería estar
con Paula. Quería ir hacia ella y
lanzarse a los tiburones. Le había
dicho que tendría que arrastrarse e ir
de rodillas. Pues, claro que lo haría.

—Vas en serio —le dijo Gonzalo aún con
la desconfianza patente en su voz—.
Estás enamorado de ella. No es un
pasatiempo para entretenerte hasta
que luego te canses de ella.

—Ahora me estás enfadando —gruñó
Pedro.

Gonzalo sacudió la cabeza.
—Nunca pensé que viviría lo
suficiente para ver este día. ¿Cómo
ha podido pasar? ¿He sido un
completo imbécil por no verlo?

—Es mejor que no entremos en temas
que solo van a cabrearte —sentenció
Pedro—. No importa cuánto tiempo.
Lo que importa es que la amo, y
espero por Dios que ella me siga
queriendo y que pueda perdonarme.

Gonzalo hizo una mueca con los labios.
—No lo sé, tío. Está bastante
enfadada. Le has hecho mucho daño.
Tú nunca has tenido que currártelo
para conseguir a una mujer. Siempre
se te echan encima. Pero Paula…
es diferente. Ella tiene metido en la
cabeza que se merece a un hombre
que la defienda y que luche por ella.
Tú no hiciste ninguna de las dos
cosas, y ella no va a olvidar eso con
facilidad.

—¿No crees que ya lo sé? —le
contestó Pedro con frustración—.
Maldita sea, no la podría culpar si
nunca quisiera volver a dirigirme la
palabra. Pero tengo que intentarlo.
No puedo dejar que simplemente se
aleje de mí.

Gonzalo se llevó una mano al cuello.
—Dios, tío, tú nunca puedes hacer las
cosas simples, ¿no? Soy un completo
idiota por no darte una paliza y
echarte de mi despacho ahora
mismo. No me puedo creer que hasta
esté sintiendo pena por ti en estos
momentos.

Parte de la tensión que tenía Pedro
arremolinada en el pecho se le
suavizó, y entonces cruzó la mirada
con la de Gonzalo.
—Lo siento, tío. Lo he hecho todo
mal. Debes saber que nunca haría
nada de forma intencionada para
comprometer nuestra amistad. Y está
claro que nunca haría nada que le
hiciera daño a Paula. Ni ahora ni
nunca. Ya le he hecho daño
demasiadas veces. Si me perdona, me
pasaré el resto de mis días
asegurándome de que nunca tenga
ninguna razón para volver a llorar.

—Eso es lo que quiero para ella —
dijo Gonzalo con suavidad—. Quiero que
sea feliz. Si tú puedes hacer eso,
entonces sin problemas, ni malos
rollos.

—Yo lo voy a intentar al máximo —le
contestó Pedro, la determinación lo
estaba agarrando por el cuello.

—Buena suerte —le animó Gonzalo—.
Algo me dice que la vas a necesitar.

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Capitulo 110

Pedro estaba sentado en su oficina,
pensativo, con la cabeza que le iba a
explotar, y el corazón más lleno de
dolor todavía. Era temprano —él era
el único en la oficina tras las fiestas
—, pero no había podido dormir
desde que Paula había
abandonado su apartamento.
Había
habido demasiado dolor y traición
reflejados en sus ojos.

Se quedó mirando fijamente las dos
fotografías que tenía de ella en su
móvil, aunque una de ellas la había
impreso y enmarcado. La tenía
guardada en el cajón de su mesa, y, a
menudo, lo abría solo para verla
sonreír.
La Paula que veía en esas fotos
era la Paula a la que él había
hecho todo lo posible por destruir. Le
había sorbido la vida y la alegría de
sus ojos, y seguramente también le
había borrado la sonrisa.

Pasó los dedos por encima de la
imagen donde se encontraba en la
nieve, con las manos en alto y llena
de felicidad mientras intentaba coger
copos de nieve. Estaba tan hermosa
que hasta le quitaba el aliento.
Había pasado el Día de Acción de
Gracias con sus padres; su creciente
felicidad y alegría fue casi demasiado
para él, no lo soportaba. Era difícil
estar feliz porque ambos estaban en
el camino correcto para reconciliarse
cuando su propia vida estaba hecha
un desastre.

Y él era el único culpable.
Tras dejar la casa de sus padres,
había vuelto a su apartamento, que
estaba vacío y sin vida. Y entonces
había hecho algo que ya raramente
hacía. Se había emborrachado y había
intentado ahogar sus penas en una
botella… o tres.
Se había anestesiado durante todo el
fin de semana. Se sentía inquieto e
impaciente porque sabía que Gonzalo y
Fabricio se habían llevado a Paula
de vacaciones al Caribe. Estaba fuera
de su alcance, no solo físicamente,
sino emocionalmente también.

Le había hecho daño cuando le había
jurado que nunca más volvería a
hacerlo. Había traicionado su
confianza. Le había dado la espalda
porque se había sentido abrumado
por la culpa y el odio que se
profesaba él mismo por cómo la
había tratado. Como si fuera un
pequeño y sucio secreto del que se
sentía avergonzado.

A la mierda. Quería que todo el
mundo supiera que era suya. No le
importaba nada lo que Gonzalo pensara.
Y mucho menos si le daba su
aprobación o no. Lo único que le
importaba era hacerla feliz. Hacerla
sonreír y brillar del modo que lo
hacía cuando estaba con él.
Pero se había empeñado en extinguir
esa luz cuando le había dicho que se
había terminado. Como si de verdad
se hubiera cansado de ella y estuviera
listo para pasar página.
Él nunca conseguiría olvidarla. Eso lo
sabía sin lugar a dudas.

La amaba.

Tanto como era posible amar a otra
persona. Y Dios, la quería en su vida
todos los días. Que formara parte de
él tal y como él lo sería de ella.
Sin reglas ni condiciones. Que le
dieran al maldito contrato.

¿De cuántas maneras podía un
hombre arruinar lo mejor que le
había pasado en la vida?

Paula tenía mucha razón. Lo
había sabido entonces, cuando sus
palabras le llegaron directamente a
las entrañas. Ella era lo mejor que le
había pasado. No necesitaba tiempo
ni espacio para darse cuenta de eso.
No debería haberla dejado salir de su
apartamento esa noche. Cuando se había arrodillado
frente a él y le había suplicado que le
explicara todo a Gonzalo, era cuando
debería haber hablado. Ella tenía
razón. No había luchado por
ella. Había estado tan paralizado, tan
consumido por la culpa, que había
dejado que eso pasara.

El miedo se le arremolinó en el
pecho. Era una sensación extraña,
nueva y abrumadora. ¿Y si Paula
no lo quería perdonar? ¿Y si no
quería volver con él?

Le tenía que hacer entender que no
era una aventura informal y
únicamente sexual.

Él quería que durara para siempre.
¿Y qué tenía él para ofrecerle? Ya
había fracasado en un matrimonio.
Además, era considerablemente
mayor que ella. Paula, a su edad,
debería estar divirtiéndose,
comiéndose el mundo, no atada a un
hombre controlador y exigente como
él.

Había docenas de razones por las que
debería dejarla en paz y permitir que
pasara página. Pero no era tan buena
persona como para dejarla escapar.
Ella era la única mujer que podía
hacerlo feliz. Por completo. Y no iba
a dejar que se fuera de su vida. No
sin pelear por ella.

Bajó la mirada a su reloj y deseó que
el tiempo pasara más deprisa. Justo
entonces el interfono sonó y la suave
voz de Eleonor llenó la oficina.

—Señor Alfonso, el señor Chaves
acaba de llegar.

Pedro no respondió. Le había dicho a
Eleonor que le avisara en el momento
en que Gonzalo llegara a la oficina. No
habían hablado desde aquella noche.
Se habían evitado el uno al otro al día
siguiente, y ninguno de los dos había
estado en la oficina durante el fin de
semana de Acción de Gracias. Pedro
no había querido tener esa
confrontación tan pronto tras esa
noche en su apartamento. Las
emociones se habían desbordado.

Pero ya no podía esperar ni un
minuto más. Él y Gonzall tenían que
solucionar esto, tenía que
dejarle claro que no iba a
abandonar. Ya tuviera la bendición y
la aprobación de Gonzalo como si no,
no iba a dejar marchar a Paula.
Y si eso significaba el final de su
amistad y de su relación empresaria,
que así fuera.

Paula merecía la pena.